lunes, 18 de octubre de 2010

Nino era el único que podía sacarle una sonrisa. Él era su amante perdido, su soñador amado (aunque a veces no tan amado cuando le sacaba toda la sabana al dormir). Cuando él no estaba, ella se mantenía triste caminando por las calles angostas de París, contemplando la torre Eiffel desde alguna parte del mundo. Compraba un par de pañuelos, para llorar o de colección y los días de lluvia le gustaba pararse en la calle y mojarse completamente. Decía que era para sacarse la tristeza, los males que Nino le dejaba, cuando se iba por un par de meses.
Aunque él a veces fuese una bacteria molesta y ella una parisina nerviosa, eran dos piezas que encastraban perfectamente. El amor nunca hubiera podido ser más perfecto sin su existencia.

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